Domingo, 05 de mayo 2024 - Diario digital del Perú

El arte como escape a una sociedad de autómatas

Actualizado: 31 julio, 2023

Marcelo Calderon

Actualmente, la sociedad se encuentra sumergida en la era tecnológica, que cada vez más crece de forma exponencial. Los nuevos avances en tecnología suponen un problema para una aplicación práctica, pues no se hallan las condiciones materiales necesarias. Por tanto, la responsabilidad de adecuar los avances a la realidad recae, principalmente, en los profesionales de diversas áreas del conocimiento. Lamentablemente, esta marea de información es difícilmente asimilada para después ser traducida en acciones, pues no hay una correlación entre el crecimiento tecnológico y la masa de profesionales capacitada para traducir ello en bienestar social.

A su vez, algunos discursos vigentes se sustentan en el crecimiento personal; la productividad y la competitividad profesional, que tratan de justificar una sociedad que sofoca a sus individuos, en beneficio de un “progreso social”. Sin embargo, esto supone un gran problema porque coloca al individuo en el foco del asunto; es decir, se trata de afirmar que un cambio material proviene de priorizar una eficiencia personal. Por tanto, el individuo se enfrenta a un reto inmenso: el de estar a la par de los avances de la ciencia, el de competir con otros para no caer en el desfase, el de competir con uno mismo con la finalidad del “crecimiento personal”. Un reto de esta naturaleza, entre otras cuestiones, conlleva a que las personas sean más proclives de padecer trastornos psicológicos como la ansiedad, la depresión, TDH, entre otros.

Al respecto, una estadística que refleja con mayor claridad este asunto es lo acontecido en Japón: Se registraron más muertes por suicidios que por coronavirus en 2020. Hay que considerar que la sociedad japonesa es de las que más premian el rendimiento; los estudiantes han de estudiar más de 16 horas diarias con la finalidad de alcanzar las aspiraciones mínimas. De forma paradójica, del porcentaje total de japoneses son pocos los que logran una educación de calidad, estabilidad financiera y la adquisición de bienes tales como un departamento, un auto o una casa. El ejemplo nipón solo es uno de tantos porque, a lo largo del mundo, la constante de las nuevas generaciones son estas adversidades materiales y la frustración de no depender del mérito de uno mismo para superarlas.

En esta misma línea, el filósofo Byung-Chul Han plantea el concepto de la sociedad del cansancio, caracterizada por la sobreexposición tecnológica, la aceleración constante y la incesante búsqueda de la productividad. A su vez, Han afirma que, a partir una aparente libertad, el sujeto productivo se sumerge en un agotamiento constante. Este agotamiento se debe a una relación de autoexplotación, es decir, el sujeto se sobre exige así mismo, se encadena a parámetros que no le satisfacen. La dialéctica del amo y del esclavo se aplica a uno mismo de forma degenerativa, pues conlleva a una vida de frustraciones y de cansancio.

De lo anterior se colige que, la capacidad productiva es lo más valorado, en los diferentes espacios sociales y de trabajo. Esto es significativamente problemático, debido a que el valor del sujeto dependería de su grado de producción: el humano como capital (prescindible). A su vez, esta aseveración explica que sean pocos los puestos de trabajo que realmente dignifiquen al hombre, dado que el sujeto devendría en un mero instrumento. En este punto, la importancia de un trabajo digno se fundamenta en que el humano necesita de sentirse parte de un proyecto creador o que, de plano, cree algo mediante su esfuerzo. De no cumplir con este requisito, el humano termina por detestar su actividad laboral diaria y si no posee mayor energía para alguna otra actividad, se siente estancado y frustrado.

En un plano integral, el sujeto productivo, hasta en sus tiempos libres, debe ser eficaz: almorzar mientras observa una serie, escuchar un podcast a la par que limpia su sala, leer de camino al trabajo, etc. En tal sentido, pareciera que nunca se tuviera un real descanso del trajín cotidiano; el multitasking se percibe como algo positivo, pues “no hay tiempo que perder”. Sin embargo, poco se discute de las consecuencias de ejercitar ello: pérdida de la capacidad de concentración, falta de espacios para la contemplación y la introspección, descansos deficientes dada la preocupación constante. En este punto, cabe formularse la siguiente pregunta: Si, en gran parte de los casos, no hay oportunidad de acceder a un trabajo digno, si hasta en nuestros espacios libres estamos sujetos a presiones e incluso las relaciones humanas son trastocadas en estos términos, ¿en qué momento el ser humano actual puede dejar atrás estas preocupaciones y disfrutar genuinamente de la vida?

En la sociedad actual, la pausa, la procrastinación, la contemplación, el cambio son valores rechazados, pues no obedecen a la productividad que exige el sistema. Sin embargo, de esta dificultad de acceso, surge la riqueza de practicarlos.

Algunos ejemplos son contemplar un paisaje formidable, brindarse la pausa ante una dificultad, procrastinar dentro del proceso creativo o cambiar de ideas a medida que uno avanza. A su vez, hay una actividad humana que reúne todos estos elementos, tanto en el proceso de creación y ejecución (faceta activa), como en la contemplación y apreciación (faceta pasiva): el arte. Por tanto, el arte se erige como una alternativa temporal a una vida agitada y llena de preocupaciones, es decir, como pausa al sufrimiento.

En relación con la faceta activa, el artista es capaz de expresar bellamente su percepción del mundo; a través de su sensibilidad y una contemplación aguda, recoge los retazos esenciales de gran parte de su experiencia consciente. Esta expresión artística se constituye en una obra que, tarde o temprano, termina por sobrepasar las ideas iniciales del autor. Por su lado, el proceso creativo, realizado por el artista, se traduce en un proceso creador, en un proceso de expresión de convencimientos internos. Por esta razón es que el artista se puede liberar, por momentos prolongados, de las cadenas que suponen una sociedad tan acelerada como la nuestra; además, su obra puede alcanzar significados diversos que resulten reveladores para los contempladores. Esa es la riqueza de la obra, la de también liberar a los que acceden a ella, ya sea mediante el goce, la apreciación que cautiva o el consuelo.

En cuanto a la faceta pasiva, el planteamiento principal es el de la múltiple interpretación de la obra, que implica una libre interpretación por parte de los apreciadores. Un ejemplo clarificador es el de un cuento fantástico, escrito en un contexto político adverso, al que un lector puede interpretar que los hechos significan el sentir del pueblo ante la situación política. Es posible que el autor del cuento no haya intentado transmitir ello; sin embargo, la interpretación del lector es igualmente válida. En ello se explica que la función del apreciador es pasiva pero, en un segundo momento, deviene en activa, pues el entendimiento de la obra es una experiencia propia. Las vivencias de las personas aportan esa significación extra que enriquece la experiencia artística. En tal sentido, la experiencia artística, que es un medio transitorio al cansancio cotidiano, necesita principalmente del valor de la contemplación: la capacidad de escuchar, de observar, de sentir con atención.

A su vez, tanto la faceta pasiva como la activa, engloban la esencia de vivir en el arte, de sumergirse en una ficción, una melodía o una representación cautivante. En ambas facetas, lo similar se encuentra en la contemplación: el artista en el camino de experimentar y el apreciador al momento de dirigir sus sentidos a la obra. No es coincidencia que la contemplación sea un valor poco usual en nuestros tiempos, pues mediante ella podemos arribar a mejores ideas, a mejores acciones y a mejores vivencias. Así como los filósofos en la Antigua Grecia dedicaban un viaje contemplativo a la montaña con la finalidad de concebir nuevas ideas o de reordenarlas, es ahora cuando debemos revalorar a la contemplación. Justamente, uno de los caminos más accesibles es por medio de la vivencia en el arte por el arte mismo.

Paralelamente, una idea a tratar es la aparente contradicción entre ser productivos bajo un régimen estricto y decidir sobre nuestras acciones cotidianas libremente. Varios afirman que el orden en pro de mayor productividad es positivo, en la medida en que se encamine a un objetivo propio, ya sea el de adquirir alguna beca o conseguir un ascenso en el trabajo. Sin embargo, obviamos que un primer momento sea un objetivo propio como tal o, simplemente, se trate de una imposición del sistema. En relación con el primer caso, el camino al objetivo vendría a ser más importante que la meta y nos llenaría de aprendizajes significativos. De ser el segundo caso, el esfuerzo de privarnos nos conduciría a un desenlace frustrante porque la meta no se alinearía a nuestras verdaderas motivaciones. Por tanto, es tarea de cada uno cuestionarse y dedicar tiempo a la introspección; también abrirse a cambiar en el camino, es decir, a modificar nuestras aspiraciones sobre la marcha.

A modo de conclusión, tanto desde un plano sociológico como político se caracteriza a la sociedad actual, que exige al individuo al punto de agobiarlo y cansarlo. Se han trastocado distintos niveles de interacción del sujeto productivo, al punto de considerarlo como eso, un engranaje más y cuantificar su valor en relación con su productividad. A su vez, se reafirma que el arte constituye una de las alternativas para pausar este sufrimiento cotidiano, en la medida que la contemplación sea el eje. En añadidura, la vivencia en el arte, tanto desde un rol pasivo como desde uno pasivo, es una de las mejores alternativas, dado que necesita de la contemplación e implica una actividad disfrutable. Por último, uno de los retos del hombre de hoy es dedicar mayor tiempo a la introspección para poder decidir sin tanta injerencia de agentes externos, que persigan objetivos cuestionables.


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