Sábado, 18 de mayo 2024 - Diario digital del Perú

Desde Fujimori hasta Castillo: la «doctrina del shock» en el Perú

Actualizado: 19 marzo, 2022

J. Carlos Flores Vargas

Fujimori era el Castillo de los 90´s. Su entorno daba pena. Estaba conformado por parientes y algún catedrático mediocre. Su competencia era Varguitas, un reputado escritor que tenía todas las pantallas para sí. El chinito era despreciado, era un «caído del palto».

En Chile, los norteamericanos habían conseguido a su «hijo de puta», (como Henry Kissinger le decía a Pinochet); y en el Perú, casi dos décadas después, se buscaba al hijo de puta correspondiente. Varguitas era el llamado pero, el chinito le ganó en las urnas.

Lo que vino después tenía que darse con o sin chino. La élite mundial había llegado a un acuerdo a la élite local. Como en tiempos del imperio romano, los norteamericanos habían aprendido que si no querían que los comunistas y nacionalistas se coman su poder, tenían que compartir con los canallas locales.

¿Quiénes eran los canallas locales?

Pues esas familias de origen europeo que acumularon su fortuna a punta de saqueo, despojo y componendas; los antiguos terratenientes que un día se fueron a la capital para estar cerca de los que ostentaban el poder político.

Ese fue el gran canje del anterior siglo: los grandes tiburones del extranjero dejaban algunas parcelas de su poder a las élites locales a cambio de que éstas se entiendan con los mandatarios de sus países.

Entre la realidad estatista y proteccionista y su orden soñado había un mar de sangre con la que ahogaron cualquier interés público en Chile, Argentina, Colombia y, por último, en el Perú.

Cuando el proyecto estaba concebido para el Perú, «Sendero Luminoso» como lo llamaban, era un grupo al borde de la derrota. Abimael Guzmán estaba «centrado» y era una presa que dejaba rastro desde el año 1991.

Por esos años, Carlos Rodríguez Pastor, padre, se reunía con inversionistas extranjeros para iniciar su gran negocio (sabía lo que venía) mientras, el peruano de a pie, vivía aterrorizado por las noticias sobre senderistas y las incursiones militares.

La destrución del tejido social

La operación resultó redonda: con la excusa del terrorismo, destruyeron el tejido social de la ciudadanía para secuestrar el Estado. Fue la aplicación de la doctrina del Shock en el Perú, un método que consiste en dejar tan pasmado al poblador de manera que acepte lo que sea, es decir, el orden económico que hoy todos, salvo los pocos beneficiados, quieren cambiar.

No era un plan fujimorista, sino parte de un plan geopolítico. Está probado que Vladimiro Montesinos era un agente de la CIA. El capítulo económico de la constitución política del Perú no fue elaboración fujimorista sino de un grupo de especialistas norteamericanos que llegaron al país bajo la cubierta de asesores de la Confiep quienes, seguidamente, lo introdujeron a la Asamblea Constituyente mediante un conocido congresista (sospechan de Victor Joy Way).

En realidad, nuestra clase política y empresarial era demasiado estúpida para dar a luz el nuevo diseño de la sociedad peruana que tuvo como base la constitución del año 1993 y se desarrolló con normas, nuevas instituciones y operaciones de «ingeniería social».

No fue fujimorista la política de esterilizaciones. En realidad, esta se descubrió a partir de una investigación del senado norteamericano que reveló su aplicación en el Perú como tantas otras ideas importadas.

El actuar de los militares en los pueblos no era producto de la locura de unos cuantos altos mandos o de la maldad de Fujimori y Montesinos; sino los frutos de cursos brindados a militares becados en el extranjero para aprender de otras carnicerías (Vietnam, por ejemplo).

El «hijo de puta» peruano

¿Qué era Fujimori entonces? un operador, un «hijo de puta» (palabras tomadas de Henry Kissinger). El brazo político de un imperio y la élite local. Por eso, cuando él salió del poder nada cambió. Por eso él y Montesinos pasaron por la cárcel.

Cuando el Chino dejó de servir se tuvo que fugar como un ladrón cualquiera, con las maletas repletas de oro y su alma sin una pizca de dignidad, pero aquellos que lo usaron se perpetuaron en el poder, sin que nadie los llame dictadores o asesinos.

Son ellos, los que chantajean a Castillo y compraron a Ollanta; los que hacían realidad aquello de «la plata llega sola», frase que resume al infame Alan García, esos que viven del recurso público pero se dicen grandes «empresarios».

Esos que no pagan impuestos porque prefieren comprarse magistrados o no pagan multas porque les conviene darle un sencillo a los funcionarios.

¿A donde se llega con todo lo dicho?

Pues, ahora que los izquierdistas de salón y los «demócratas» se rasgan las vestiduras por la liberación de Alberto Fujimori, sería bueno recordar que sus cómplices mayores nunca fueron tocados.

Es más, aquellos que robaron con Fujimori (y luego con Toledo, Alan, Ollanta y demás )toman distancia y lo responsabilizaron de todo. ¿Acaso no decían que el problema fue su dictadura? ¿Y qué pasó después de que esa dictadura caiga? pues el «piloto automático» siguió llevando al país en la vía del subdesarrollo.

El «chino» fue un pañal pues es quien se embarró para que la élite económica se mantenga limpia. Miles marcharon contra él pero ¿Quién marchó, denunció o descalificó moralmente a los agentes extranjeros y empresarios locales que lucraron con él? ¿Por lo menos los han identificado?

Hoy, son los «caviares» de las ONG (financiadas por Usaid y parecidas), las que protestan y culpan de todo al chino. Le achacan todos los males de una década para beneficio de los que no dejaron de aumentar su poder desde que Fujimori les entregó el país.

Si periodistas, congresistas, políticos, sindicalistas, ONG y otros no hablan sobre «esos otros» es porque todos dependen de su dinero.

Los grupos de poder financian las campañas de los congresistas, les otorgan contratos jugosos a periodistas (recuerden a «Rodrich media training«); de la misma manera, las mineras captan a sindicalistas con viajes y hoteles así como las ONG reciben dinero condicionado desde el extranjero.

Hay un pacto no expreso para callar sobre los grupos de poder económico y de sus acciones pero, para disimular están las protestas contra el fujimorismo, el «orden neoliberal», el machismo, los pueblos indígenas y otros asuntos ajenos a sus financistas. (¿Quién protestó cuando las mineras truncaron la reforma tributaria planteada por Francke?)

Los «caviares» generan alboroto por el matrimonio entre personas del mismo sexo (lo cual está bien), pero, sospechosamente, susurran cuando se trata de grandes robos de recursos públicos; condenan a Fujimori pero no dicen ni pio de los operadores empresariales que se insertan en el Estado para drenar recursos hacia sus empleadores.

¿Recuerdan a Verónika Mendoza invitando a votar por PPK (¡El que hizo posible las adendas del contrato-robo del gas de Camisea!)?

Ahí lo peligroso de hablar todo sobre Fujimori y callar sobre los grupos de poder económico y los agentes norteamericanos. Es como linchar al sicario pero dejar suelto al que lo contrató.

NOTA: Los hechos y circunstancias mencionados están contenidas en investigaciones de Silvio Rendón, Francisco Durand, Flores Galindo, Sinesio López, Humberto Jara y algunos más o menos independientes del discurso que quieren imponer las clases dominantes. No se ha seguido el formato académico de citar con rigurosidad pues solo se quiere expresar aquello que se ha recogido en varios textos.


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