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Vida y muerte del solitario Botija


Adolfo Meléndez

Adolfo Meléndez
04/07/2021

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Lo confieso, casi en todo momento de mi vida he vivido en soledad, cuando hago una remembranza de mi infancia aparecen continuamente capítulos donde me veo sólo. Recuerdo mis años de escuela, el pabellón de dos pisos, construido a base de piedra y barro que tenía el techo de calamina oxidada, puedo rememorar como si fuera ayer los gritos y el bullicio de los niños que se armaba en el largo balcón de madera que traspasaba el segundo piso, cuando sonaba el silbato que anunciaba el receso. El pequeño patio de tierra, que servía como campo deportivo, se llenaba de niños que jugaban y se reían en grupos de distinto número; yo no me juntaba en ningún grupo, esos treinta minutos de receso yo los pasaba mirando las nubes del cielo, tratando de encontrar figuras.

No recuerdo haber tenido un amigo de infancia que pueda mencionarlo ahora; he sido un niño que disfrutaba conversar con jóvenes y adultos y eso sucedía casi siempre fuera de la escuela, a los seis años no sabía leer pero podía recitar los poemas de Vallejo y Benedetti, esto sucedía porque escuchaba a  mis hermanos mayores que ya cursaban la secundaria  leer varias veces poesía en voz alta; los poemas que más rápido aprendía, casi siempre tenían contenido social, pensaba de memoria y sin saberlo, mi mente  disfrutaba de versos como este “Poeta de tiernas rimas: vete a vivir a la selva y aprenderás muchas cosas del hachero y sus miserias”. Será que el trajinar de la vida difícil que me tocó vivir, fue construyendo mis ideas de rebeldía en mi subconsciente. En toda esta aventura poética que me llevó a varios escenarios en representación de mi escuela, he recibido la ovación del público, pero al término de mis actuaciones volvía a mi rutina solitaria.

La soledad ha sido una constante para mí. He sido un niño que disfrutaba andar sólo por los caminos de herradura, la única compañía en estas largas travesías era el trinar de los gorriones, mientras otros niños se juntaban para jugar en algún lugar del inmenso campo, yo y mi perro Sócrates, disfrutábamos corriendo de un lado a otro en las largas andenerías de propiedad de mi padre. Mi perro murió a los 14 años, yo recién cursaba el quinto año de primaria, me quede sin mi fiel amigo y desde ese terrible suceso, mis tardes fueron aún más solitarias.

Creo que mi infancia, ha sido el cimiento de mis largos años de vida en soledad, he sido un hombre que después se enamoró de la lectura, en casa habían muchos libros, cuando ya era adolescente, disfrutaba de leer libros de historia y literatura, luego vinieron los años luminosos de la universidad, los recuerdo como los mejores, la vida política me atrapó, entendí mejor el problema social de nuestros pueblos, la práctica de la protesta, acompañada del conocimiento y la filosofía, fueron formando mi ideología. En este periodo de mi vida, me di cuenta de que disfrutaba de la soledad porque podía encontrarme conmigo mismo, no era malo estar sólo algunas horas de mis días agitados.

He sido un solitario consciente y si ahora te lo cuento, es porque hubo momentos de crisis donde varias veces he intentado suicidarme, en algún momento de mi vida la soledad me atrapó, ella movía los hilos de mi estado de ánimo; en esos días largos que fueron un túnel sin salida, me he refugiado en cientos de cigarrillos y mucho alcohol. No sé como o cuando terminó esa pesadilla para mí, ya no había más noches de insomnio o días solitarios llenos de tristeza, nuevamente caminaba erguido desafiando a la vida.

Adolfo Meléndez

Los años fueron pasando y los sueños se fueron desvaneciendo, son las decisiones que los hombres tomamos los que nos llevan a construir nuestro destino. Luego vino el trabajo, la familia. Cuando pensaba que lo tenía todo: el dinero, el amor; la soledad nunca me abandonó, recuerdo que prefería muchas veces encerrarme en mi cuarto y escuchar música o mirar una película, antes de salir con amigos o participar de una fiesta.

Escribo estas líneas, después que mi amigo me confesara sus secretos mejor guardados de su corta vida, me lo contó hace dos meses atrás, entre copa y copa en un viejo bar del centro de Lima. Admito que nunca sospeche que haya tenido que lidiar con la soledad, siempre me pareció un ser sociable, que disfrutaba de los amigos, la buena música y los libros. Después de esta confesión, estoy convencido, que todos los hombres guardamos en lo más profundo de nuestro ser algunos secretos, que nunca serán develados y tal vez nos acompañen hasta nuestra última morada.

Hace dos días recibí una llamada de un amigo en común y me dio la triste noticia. Botija había muerto, lo último que supe de él, que estaba en una cama de cuidados intensivos, era uno más de los pacientes Covid-19; nunca me imaginé, que su muerte también podía llegar en la soledad de un hospital público y mucho menos, que sus familiares y sus amigos no podamos darle cristiana sepultura.  Descansa en paz Botija, te recordaremos como el buen amigo que fuiste. Un día no muy lejano, volveremos tus amigos y disfrutaremos en tu honor del paraíso terrenal que tanto te gustaba.

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