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Lo que todos callan de Abimael Guzmán


J. Carlos Flores Vargas

J. Carlos Flores Vargas
14/09/2021

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¿Qué tan humano era Abimael? En el libro La Cuarta Espada de Santiago Roncagliolo se cuenta que, en su temprana juventud, gustaba de espiar a su vecina con quien, posteriormente, tuvo un acercamiento que no llegó a concretarse por la oposición de los padres de esta.

Cuando el mismo autor buscaba algún signo de insanía, villanía… algo que indique el tipo de monstruo que fue después, encontró que lo más violento que hacía es romper vajillas y vasos en una tienda. Esto no era motivo de terror o miedo pues la dueña del establecimiento sabía que era una suerte de tradición en su grupo de amigos. 

Con Abimael pasa lo que a muchos otros: fue responsable de muchas muertes pero jamás sujetó un arma. El hombre sediento de sangre que tanto pintan tenía otro tipo de crueldad: del que aprieta un botón o da una orden. 

La complejidad de la guerra y el enfrentamiento ha hecho que, usualmente, víctima y victimario nunca se vean la cara. Uno da la orden, otro la ejecuta y otro muere. El que ejecuta siente que su labor asesina es solo una función.

La revolución se riega con sangre”, decían los miembros del Partido Comunista del Perù, nombrado posteriormente como Sendero Luminoso. Abimael, nunca negó estos principios y mucho menos se arrepintió ¿Por qué?

La niñez

Muchos le echan la culpa a su temprana niñez. Guzmán nació un 3 de diciembre del año 1934 en Mollendo (Arequipa) y su padre era un tipo bien acomodado que gustaba liarse con mujeres de categoría social inferior (tuvo hijos con 10 mujeres distintas). Su madre fue Berenice Reinoso Cervantes, una mujer que, en determinado momento, sintió que el pequeño Abimael era un estorbo para reiniciar su vida. 

De manera que lo siguiente que se sabe de él, es que estaba viviendo al cuidado de un tío en el Callao. Alejado de sus padres, en ese lugar donde iba a morir 80 años después, quizá estuvo la semilla de su forma de ser, indican muchos. 

Si Abimael, conoció la bondad, la conoció de la esposa oficial de su padre, Laura Jorquera Gómez de Guzmán. Una dama chilena a la que Abimael quiso como una madre, según apuntan muchos biógrafos. Según indican, esta mujer encontró una carta del niño dirigida a su padre. Se conmovió tanto que lo mandó a traer y lo crió como si fuera su propio hijo. 

Este sería el primero y el último hogar normal que conoció Guzmán. Si se puede resumir qué tipo de familia lo había adoptado, es bueno citar las palabras de uno de sus hermanos recogidas en el libro La Cuarta Espada: “Abimael y Susana son intelectuales, profesores, como todos sus hermanos. Yo soy el bruto de la familia, yo solo llegué a abogado”. 

Juventud  

Refieren sus amigos que Abimael creció y se educó como cualquier joven de clase media acomodada de Arequipa a quien no le falta nada, al igual que Mario Vargas Llosa o Vladimiro Montesinos

No en vano se nace al pie de un volcán dicen los arequipeños. Abimael no contradice el dicho; de hecho, según sus propias palabras, un terremoto que destrozó la ciudad, lo hizo revolucionario. 

La miseria y las diferencias de clase, lo conmovieron hasta tal punto que tomó el camino subversivo, pero se debe tener cuidado al leer la palabra “conmover” pues se trata de alguien que ordenó con toda frialdad la matanza de Lucanamarca. 

Otro signo llamativo de su juventud y que sus seguidores (para mal, los tiene) no dudan en resaltar su presunta brillantez intelectual. La sustentación de su tesis se convirtió en un debate de alto nivel que se extendió por cinco horas ante cien deslumbrados alumnos, dice la leyenda. 

La adultez

Verdad o no, Abimael estaba, aparentemente, destinado a ser un catedrático universitario.

Por aquellos años se concretaba el proyecto de reaperturar la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga.  Para darse una idea de las miras intelectuales de ese proyecto educativo se debe mencionar que Julio Ramón Ribeyro o Carlos Tapia pasaron por esta casa de estudios.

La intención era llevar la universidad al pueblo, pero llegaron Abimael y un grupo de profesores cuyos apelativos, muchos años después, serían antecedidos con el título de “camarada”. 

El joven arequipeño, fue nombrado como profesor en el año 1962. A sus 28 años parece haber deslumbrado a colegas y estudiantes. En esos años surge el apelativo de doctor champú porque lavaba las cabezas de sus estudiantes. Su fama era tal que se dice que un admirador suyo le dio un “regalo” muy valioso: su propia hija. 

Se llamaba Augusta La Torre y todos coinciden en que era sumamente bella. Abimael y Augusta se casaron el año 1964 pero no estaban para planes familiares, si tuvieron un hijo, fue Sendero Luminoso.

En esos años no ser comunista era como hoy se toma ser machista: era un signo de limitación intelectual. No haber leído “El Estado y la Revolución” hacía prácticamente un analfabeto al pobre que no le interesaba saber del comunismo. Sin embargo, nada parecía ser suficientemente rojo para Guzmán y su grupo. Al Che Guevara le faltaba comunismo y era un “tipejo”, Juan Velazco era un reaccionario, los partidos de izquierda… simples burgueses disfrazados. Quedaba pues, traer, el verdadero comunismo al Perú.

La clandestinidad  

El último hito de la vida pública de Abimael Guzmán fue su detención en el año 1979. El periodista Gustavo Gorriti apunta que, para ese año, los Senderistas tenían definido iniciar el levantamiento armado. La única discusión, era cuándo hacerlo.

La psoriasis y la poliglobulia ya eran parte de la vida del terrorista. Abimael, aparentemente preparó el terreno minuciosamente para llegar a la “nueva sociedad”, pero ni el comunismo puede prever el simple efecto de una enfermedad: es sabido que los envases de los medicamentos para la psoriasis fueron la clave para dar con él, pero mejor no adelantarse, falta mucha sangre, fuego y muerte, a nuestro pesar.

Para tener idea de lo que planificaban se debe mencionar el método de batir el campo. Ese concepto implica quitar, arrasar, borrar con todo rastro del “estado burgués” para luego, sobre ese terreno limpio o, mejor dicho ensangrentado, sembrar las semillas de la nueva sociedad. 

Bajo este precepto, se mató sin piedad a muchas autoridades locales o se destruyeron iniciativas productivas, sin miramiento alguno. 

Incendiar la pradera

Desde la aparición de los perros muertos, la historia es larga y sangrienta. A la “batida de campo” de Sendero Luminoso le siguió la política de campo arrasado del Estado Peruano. “Hay que matar al terrorista así sea en el vientre de su madre” decía un militar y no eran palabras en vano. 

Con el fondo musical de Zorba el griego, todos recuerdan al “Presidente “Gonzalo” ejecutando pasos ridículos y pesados animados por las palmas de sus camaradas. Inevitablemente, ese recuerdo se confunde y se entrevera con el hallazgo de fosas clandestinas, cuerpos dinamitados, torres caídas, cadáveres regados y esa pesadilla que parece tan lejana ahora que los jóvenes se entretienen con programas televisivos donde los protagonistas amontonan vasitos descartables.

Si hay algo que agregar a esta parte tan oscura y traumatizante de la historia peruana es que hay varios elementos para sospechar que la élite peruana, asesorada por militares y políticos norteamericanos, aprovecharon el trauma senderista para implementar la política económica que hoy es la desgracia del ciudadano de a pie.   

Amado enemigo

Desde su detención, la derecha peruana se encargó de mantener vivo y vigente a Sendero Luminoso. Mientras Abimael se hacía canoso y, como todo calor humano tenía a su esposa Elena Iparraguirre; en tanto, los peruanos superaban el trauma y llegaban los celulares, el internet y, en las décadas en las que los presidentes pasaban del palacio de gobierno a la cárcel, el terrorista tuvo la extraña suerte de mantenerse vivo en el imaginario popular gracias a sus enemigos. Basta con mencionar que la candidata Keiko Fujimori, intentó usar un supuesto atentado terrorista para ganar las elecciones y lo demás es historia. 

El 11 de septiembre, fecha recurrente en la historia, ese viejo profesor provinciano dejó este mundo. Su esposa sospecha que lo mataron y hay quien dice que fingieron su muerte. Aún de muerto, hay Abimael para todos los disgustos. 

Pero ¿Qué decir de él sabiendo que la muerte no mejora a nadie? El periodista Humberto Jara recuerda que Henry Kissinger dijo sobre el genocida Pinochet: “es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta”. Entonces, quizá, Abimael era un hijo de puta pero no era “su” hijo de puta; en tanto, los otros hijos de puta, vencieron y se quedaron en el poder.  

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