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El potencial revolucionario de la protesta social


Milcíades Ruiz

Milcíades Ruiz
10/02/2023

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El potencial revolucionario de la protesta social
Protestas social contra Dina Bouarte en Lima. FOTO: Wayka

Ante la persistente protesta popular, con saldo sangriento, oportunismo político y molestia en los sectores afectados económicamente, se clama por una salida que ponga fin a la misma, y todo vuelva a la “normalidad” de la dominación social. Pero precisamente, la protesta es contra esa “normalidad” avasalladora que bloquea nuestras aspiraciones. Veamos algunos aspectos.

Podemos hacer muchas propuestas en pro y en contra. Todo depende del diagnóstico. Si nuestra conclusión es que la culpa de todo, la tiene la presidenta, se exigirá su renuncia y se acabó el problema, quedando libre el camino para la “normalidad”. Si se piensa que la culpa la tiene el Congreso, la solución sería cerrarlo para reemplazarlo por otro de la misma condición.

Si culpamos a toda la cúpula gobernante, nuestra propuesta será que se vayan todos, y se hagan nuevas elecciones lo más pronto posible, para reemplazarlos por otros testaferros. Y, si vemos que el origen de la problemática está en la Constitución vigente, propondremos cambiarla convocando a una asamblea constituyente en la que los derechistas tendrían amplia mayoría.

También podríamos proponer cambiar todo lo mencionado a la vez, para dejar sin banderas a los reclamantes y volver a la “normalidad” reformada sin afectar la solidez del sistema. Las miradas cortas, nos hacen buscar soluciones cortas. A miradas superficiales, platearemos propuestas del mismo tipo. El inmediatismo, es lo más fácil.

Pero también, podríamos mirar la profundidad del caso hasta encontrar las fallas estructurales en el sistema de dominación vigente. Entonces recomendaremos la reparación de dichas fallas, en la estructura de la maquinaria republicana o, descartarla por obsoleta e implantar una nueva. Esta disyuntiva es ya más difícil, pues de ella depende la vigencia del sistema.

Todos sabemos que, la tradicional política de parches ha sido la que ha dado a la república, el aspecto monstruoso que ahora tiene. No es lo mismo seguir con la misma vestimenta, llena de remiendos que, cambiar por una nueva. Precisamente, es el pueblo parchado en todas sus heridas el que está protestando contra la deformidad del sistema imperante, que nos minusvaliza.

Sin embargo, de poco sirve una alternativa, si su grado de factibilidad es bajo o nulo. “El hombre propone, pero la fisiología del poder dispone”. El asunto es, valorar si estamos en condiciones de hacer prevalecer nuestras propuestas. Si no tenemos poder de decisión sobre las mismas, si no tenemos influencia, todo quedaría en simple autoexcitación mental. Al poder de los opresores, solo queda oponer el contrapoder de los oprimidos.

En este caso, generar poder popular con capacidad de imponer condiciones, es indispensable. Claro que esto es lo más difícil, pero la prosperidad de todo intento suele llegar, venciendo lo difícil, contrariamente a su opuesto que, es lo fácil. Y suele suceder que lo difícil se convierte en fácil y viceversa, según la proporción de habilidad en nuestro proceder. Las oportunidades pueden presentarse, pero las posibilidades de éxito, están condicionadas por su factibilidad.

Nadie se imaginó que las tropas enviadas reprimir a los rebeldes sociales de la década de 1960, se salieran del libreto de los opresores, optando por enarbolar las banderas de la rebelión y capturar el poder para trabajar juntos con los guerrilleros sobrevivientes, en una revolución transformadora que, ahora se añora. Era la oportunidad con cierta seguridad de factibilidad.

Lograr esta proeza no fue fácil, pero valió la pena. Hubo muchas muertes y las dificultades de la contraofensiva las conocemos. Nada escapa al principio universal de la predominancia. Por eso debemos pensar estratégicamente pues, “No por mucho madrugar, amanece más temprano” y, “El remedio podría ser peor que la enfermedad” si equivocamos los cálculos. Perder la vida vanamente no es enaltecedor.

Sabemos que la mayoría de la población de Lima, son provincianos, que ella concentra un tercio del electorado nacional. Sin embargo, en elecciones recientes, en pleno repudio al legislativo, han elegido alcalde provincial al candidato más derechista, acusado de adeudar S/. 34 millones por impuestos impagos, siendo concesionario del estado neoliberal. (Rafael López Aliaga).

En segundo lugar, a un militar acusado de asesinato de un periodista cuando hacía la guerra antisubversiva aplicando el terrorismo de estado. En cambio, han relegado a los últimos lugares a las opciones de izquierda, que han perdido credibilidad. Otro tanto sucede a nivel nacional donde la izquierda, que enarbola una nueva constitución ha perdido terreno.

Esto resulta contradictorio al clamor de esta protesta social. Pero esta expresión popular debería hacernos reflexionar, al formular nuestras propuestas, porque hay interferencias de poder a tener en cuenta. De convocarse a una asamblea constituyente en estas condiciones, lo más probable es que los partidos de derecha tengan la hegemonía para evacuar una constitución acorde con sus intereses. Lo contrario a nuestras intenciones, a costa de vidas perdidas.

Adelantando elecciones, podríamos tener resultados frustrantes y tendríamos que pedir nuevamente el cierre del próximo Congreso en tanto que, sería más de lo mismo. Adelantando elecciones ni siquiera nos deja tiempo para organizar mejor nuestra participación política, toda vez que necesitamos reivindicar previamente a la izquierda, para recuperar el terreno perdido.

Tenemos pues, contraposiciones que, es necesario precaver. Al analizar esta explosión social de protesta, bien podríamos preguntarnos: ¿Hacia dónde va este movimiento? ¿Hasta dónde quiere llegar? Quizá no es lo que suponíamos, o tal vez, sean los advenedizos los que la están empujando a un callejón sin salida. Todo cabe en las posibilidades.

En marzo de 1871, bajo circunstancias distintas, estalló en Francia una protesta social caótica, con vandalismo e incendios de edificios estatales repudiables. Los obreros y sectores populares tomaron París, levantaron barricadas y empezaron a decretar medidas justicieras. Fue lo que dio origen a la famosa “Comuna de París”, con gran apoyo de soldados y policías armados. La izquierda nacional e internacional apoyó a los insurrectos. Era la oportunidad, pero la factibilidad de una república popular era más romántica que real.

El gobierno había huido de los amotinados refugiándose en Versalles, pero se perdió la oportunidad de liquidarlo. El gobierno monárquico aprovechó la desidia para preparar una gran ofensiva contra el poder popular. La Comuna de París, solo duró poco más de dos meses, porque el gobierno derechista arremetió con todo, dejando más de 20,000 muertos en las calles, otro tanto de prisioneros y deportados. El terrorismo de estado prevaleció acabando con las ilusiones de los insurrectos.

En nuestro caso, la izquierda nacional e internacional, también apoya y alienta a los soliviantados que son los que ponen el pecho. Azuzar desde afuera es muy cómodo porque nada arriesgamos, pero: ¿Alguien se ha puesto a pensar en lo que sería el Perú en estos momentos, si no fuera porque una mujer preside el país?

Se le tilda con los peores términos, pero si ella no aceptaba la presidencia, hoy tendríamos como jefe de estado al derechista militar que preside el Congreso, ex jefe del operativo en el que fueron asesinados extrajudicialmente miembros rendidos del MRTA en tiempos de Fujimori. ¿Se imaginan lo que sería la represión bajo el mando de dicho personaje?

No cabe duda de la legitimidad de la protesta social que estamos viviendo, ni del valor heroico de esta gesta, pero el empirismo de la lucha tiene sus limitaciones si no hay claridad ideológica que oriente el accionar de las masas. Lo que deja la experiencia es el enorme potencial revolucionario que hay en el pueblo peruano.

El sacrificio de los rebeldes al sistema, no debería quedar a la deriva, sin sostenibilidad política. Es necesario encausar las demandas populares y sus justas aspiraciones, institucionalizando sus fuerzas, conforme a sus tradiciones, hasta adquirir la capacidad de imponer condiciones de liberación social. Es nuestro deber, ayudar en la construcción del poder popular como contraparte al poder de los opresores.

No pretendo con este comentario, irrogarme más de lo que el derecho de opinión me corresponde. Disculpen la impertinencia.

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