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Pestes coloniales: «el mendigo andrajoso que la llevaba a los pueblos alejados»


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LAPATRIA
19/06/2020

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Manuel Burga*

La actual pandemia del COVID-19 me hizo retomar un breve ensayo que publiqué en 1981 en el que traté de establecer la relación entre la catástrofe demográfica colonial de la población indígena y el surgimiento del sistema de grandes estancias o haciendas en el siglo XVII. Igualmente, la situación me permitió recordar epidemias letales que muchos de mi generación vivimos y sobrevivimos, como la meningitis que atacó mortalmen te a los bebés en los años cuarenta y la poliomielitis que tantos padecieron en el segundo lustro de esa década, dejándoles secuelas imborrables como la cojera.

Por eso, en este breve artículo quisiera recordar que las epidemias y las pandemias parecen haber venido siempre desde afuera como consecuencia de la primera gran expansión atlántica de Europa. Así como los europeos piensan que todos los males sanitarios vienen de oriente, nosotros, los latinoamericanos, podemos pensar que vienen de occidente. Ahora -ya no en la colonia sino en la república y no como súbditos sino como ciudadanos- volvemos a vivir otra intensa, desconocida y misteriosa enfermedad frente a la cual, felizmente, el Estado parece protegernos, confinándonos en nuestros hogares para salvar vidas. Es muy diferente a lo que ocurrió con las pestes coloniales, cuando el rey estaba lejos y los súbditos indígenas no eran más que nombres en las listas detributarios.

El siglo XVIII ha merecido la atención de importantes historiadores por ser un período decisivo para entender el proceso histórico peruano que se inaugura con rebeliones indígenas y que parece conducir a la independencia criolla de 1821. Es el siglo de la rebeldía del indígena, pero también de sus frustraciones. La mayor de ellas se expresa en la derrota y ejecución de los líderes de las numerosas revueltas, motines y rebeliones que se producen entre 1742 y 1781. Ese siglo termina con indígenas derrotados, acorralados, asediados culturalmente y con criollos temerosos de este tipo de violencia. Es el caso de José Baquíjano y Carrillo, que miraba a la de 1780-81 con una mezcla de admiración y desconfianza porque los criollos pensaban más en la “patria grande” (imperio español) que en esa “patria chica” que luchaba por llamarse Perú.

La historiografía peruana sobre ese siglo tiene una tradición muy rica y abundante, pero todavía no podemos analizar toda la época colonial en períodos de crisis o de prosperidad. Se dice que el XVIII es un siglo de crisis, pero con la misma facilidad se habla de la crisis del XVII y de la catástrofe del XVI. En fin, en el estado actual de nuestros conocimientos, el signo de la crisis parece definir todo el período colonial. Si nos referimos a la situación de las poblaciones indígenas andinas podemos, incluso, hablar de una crisis estructural que alteró profundamente sus condiciones biológicas, sociales, económicas y espirituales.

Al margen de estas imprecisiones me limitaré a presentar, retomando el artículo que publiqué en 1981 en la revista Inkarri1, el impacto de las epidemias y en particular la fantasmagórica gran peste de 1720 en una pequeña población indígena, Ccatcca, que entonces pertenecía al corregimiento de Paucartambo (ahora uno de los doce distritos de la provincia de Quispicanchi, en Cusco).

1589: Epidemias y colapso demográfico

Los estudios sobre demografía del Perú colonial experimentaron un avance importante entre 1960 y 1980 como una repercusión local de la importante investigación de Woodrow Borah sobre el derrumbe de la población indígena en México central en el período 1531-1610. Así vendrían las excelentes monografías de Günter Völlmer (1967)2 y Noble David Cook (1973)3, que con mayor precisión presentaron la evolución de la población indígena en el período colonial. Igualmente, Nathan Wachtel (1971)4 mostró cómo esta catástrofe demográfica puso en marcha un proceso de desestructuración de las sociedades indígenas que vivieron la conquista como vencidos y que la trasladaron a su imaginario como un trauma a recordar permanentemente. Gracias a todos esos estudios, en la actualidad ya tenemos una noción más clara y definitiva de la evolución cuantitativa y cualitativa sobre el tema. Las cifras de N. D. Cook son, quizá, las más precisas y prudentes para calcular la población indígena en el periodo inmediatamente anterior a la conquista. Las estimaciones de este autor, a partir de las listas de tributarios, son las siguientes:

AñoPoblación tributariaPoblación total
1530552,4112’738,673
1540443,9862’188,626
1560306,1971’513,396
1570260,4551’290,680
1590195,017968,197
1600171,834851,994
1630122,679601,645
Fuente: Noble D. Cook, 1973, pp. 303-304.

Esta reducción demográfica, solo comparable a la que experimentó la población de México central en el mismo período y que afectó a la Europa medieval como consecuencia de la gran peste negra, alcanza su punto de mayor deterioro durante la segunda mitad del siglo XVII. Las causas de este colapso son múltiples. Entre las principales podríamos mencionar a las epidemias que llegaron de Europa y que afectaron a comunidades sin ninguna defensa ante esta clase de enfermedades. En estas circunstancias, el sarampión, la viruela, la gripe, el tifus y diversas enfermedades pulmonares adquirieron una virulencia y letalidad que ya habían perdido en Europa.

El deán Diego de Esquivel y Nava, que probablemente vivió entre 1700 y 1779, en sus Noticias cronológicas de la Gran ciudad del Cuzco6 describe la angustia de las poblaciones indígenas y blancas frente al azote de las epidemias. Narra la de 1589 con bastante cuidado y transmite las creencias indígenas sobre sus formas de propagación: “El estrago fue considerable en todo el reino; particularmente en el Cuzco, donde ya no cabían los enfermos en los hospitales, ni los cadáveres en las iglesias y cementerios en tres meses que duró la peste en esta ciudad”. De acuerdo a los indígenas, un mendigo difundía las epidemias en los pequeños pueblos: “Decían haber visto varias sombras y un anciano mendigo peregrino, que con nombre de peste andaba de pueblo en pueblo, amenazando a cada lugar”.

Esta explicación parece reaparecer en diversas circunstancias y en particular en 1720, año de la gran peste de Cusco, cuando una imagen que representaba a dicho mendigo comenzó a ser adorada en la parroquia cusqueña de San Sebastián. Por su parte, los criollos y europeos -para quienes el devenir de la historia estaba normado por la voluntad de Dios- creían que las pestes constituían un castigo por las malas acciones. Eso explica por qué Esquivel y Navia describe pueblos angustiados realizando frenéticas procesiones de santos para contener a la peste y así librarse de la muerte.

En el siglo XVII, mientras la población indígena estaba diezmada por estas epidemias o por la condición colonial, el sistema de haciendas pareció asentarse cómoda y definitivamente. Lo mismo había sucedido en México colonial de los siglos XVI y XVII, tal como lo presentó magistralmente Francois Chevalier en su libro clásico La Formation des Grands Domaines au Méxique. Terre et société aux XVIe-XVIIe siecles de 1956. La tierra abundaba y los europeos, criollos y nobles indígenas procedieron a multiplicar o ampliar sus propiedades. La ecuación que sintetizaba la realidad en los Andes centrales era la siguiente: abundancia de tierras y escasez de hombres.

Esta fue una situación muy similar al surgimiento del feudalismo clásico (siglos X y XI) en la Europa medieval. Los nuevos hacendados, que venían del comercio, minas y obrajes en decadencia, querían desarrollar sus empresas cuando no existían ni los primeros indicios de un mercado de trabajo y debían recurrir, generalmente, a apropiaciones violentas de hombres y tierras. Las viejas instituciones productivas del imperio Inca habían quedado atrás y ese sistema que los europeos lograron construir privatizando hombres y tierras comenzó a reproducirse sin mayores dificultades.

La gran peste de 1720 en la parroquia de Ccatcca

En 1978, por la generosidad del padre Emeterio Abete, visité durante varios días la parroquia de Ccatcca y fotografié el mural del baptisterio sobre la gran peste de 1720, en el que no pude encontrar al mendigo andrajoso porque no tomé buenas fotos. Sin embargo, trabajé rápidamente en los libros parroquiales de este pintoresco y silencioso pueblito ubicado en las alturas de la provincia de Quispicanchi. En el libro de defunciones hallé las siguientes cifras para el siglo XVII:

AñoDefunciones
16828
168313
168415
16894
16906
16917
16927
169513
169612
169720
169821
169945
170033
170150
170229
Fuente: 1er. libro de defunciones de la parroquia de Ccatcca (Cusco).

Estas cifras corresponden a las defunciones de indígenas originarios, nacidos y habitantes de Ccatcca. El registro de las defunciones de forasteros se encontraba muy deteriorado e incompleto, pero los sondeos que he realizado permiten afirmar que las cifras arriba anotadas se doblan si agregamos las muertes de los que vinieron de otros pueblos. Eso nos daría un máximo de 100 y un mínimo de ocho defunciones para el período entre 1682 y 1702. En las cifras siguientes podemos observar el comportamiento de la mortalidad en el siglo siguiente, el XVIII:

AñoDefunciones
1720(+)469
172120
172215
172314
172417
172525
172616
172723
172817
172924
173025
173127
173224
173327
173425
173522
173631
173772
(+) Defunciones entre junio y agosto. Fuente: 2do. libro de defunciones de la parroquia de Ccatcca (Cusco).

Estas cifras y las anteriores al siglo XVII nos permiten constatar que la tasa promedio de mortalidad se encontraba entre las 20 y 25 muertes al año. En esta parroquia rural, la gran peste de 1720 elevó el número anual de fallecidos a 469 solo entre junio y agosto. En setiembre de ese año murió el párroco del pueblo y también los mayordomos de las principales cofradías, así que nadie se preocupó de anotar las defunciones a partir de entonces. De acuerdo a Diego de Esquivel y Navia, una situación semejante se observó en la ciudad del Cusco: “Y en tanta confusión ya no se observaban los ritos funerales, por la falta de tiempo y ministros, y toda la gente postrada, y así se veían muchos cuerpos comidos de perros, por no haber quien los recogiese”. Entonces, las defunciones se multiplicaron casi por 20 y las poblaciones debieron quedar sumamente débiles y vulnerables. Las consecuencias las podemos ver claramente en la natalidad de Ccatcca en una época posterior:

La enfermedad arrasó con las mayorías indígenas y alteró profundamente su vida, creando convivencias nuevas que reforzaron la existencia de las élites y de los beneficiarios del sistema colonial, pero no de las poblaciones que sufrieron estas catástrofes

Nacimientos por año

173120
173120
173239
173347
173430
173576
173693
173790
173811
173944
1740108
1741138
1742146
1753 120
1754 106
1755 133
1756 163
1757 146
1758 119
1759 158
1760 180
1761149
1762149
1763107
1764146
1783104
178489
1785160
1786164
1787165
1788139
1789188
1790166
1791228
Fuente: Libros de Bautismos de la parroquia de Ccatcca (Cusco).

Con bastante claridad, observamos que hasta 1739 los nacimientos se habían reducido en un 50%. Después de esta fecha, el índice de natalidad volvió a la normalidad y se incrementó notoriamente en los últimos años de aquel siglo. Otro hecho notable fue el descenso de los nacimientos como consecuencia de la rebelión de Túpac Amaru II entre 1780 y 1781. La información se interrumpe en esos años y la volvemos encontrar a partir de 1786.

Lo que nos enseñan las pandemias

1. Afectaban, sobre todo, a los indígenas. En su estudio de 1967, Günter Völlmer fue el primero en elaborar una curva en la que demostraba gráficamente la recuperación de la población indígena a partir de 1750. Sin embargo, su estudio se basa en cifras muy generales y, por lo tanto, bastante imprecisas. Aún no se ha estudiado detenidamente la gran peste del Cusco del año 1720, pero sus consecuencias debieron ser devastadoras. El deán Diego de Esquivel y Navia indica que los cálculos más modestos aseguraban una reducción de 40 mil habitantes solamente en esa ciudad y sus regiones aledañas, aunque con bastante frecuencia se llegaban a calcular 60 mil. De acuerdo al mismo autor, la población quedó tan disminuida que las cosechas de los dos años siguientes se perdieron. Lo mismo sucedió con los rebaños de ganado, que de acuerdo a este cusqueño del siglo XVIII, murieron de una manera inexplicable como consecuencia de esta epidemia.

2. Pertenecían tanto a la realidad como al imaginario. Los españoles, que eran los más occidentalizados y cristianizados, vivieron la pandemia (sobre todo la de 1589) como un castigo. Fue una época en la que tomaron conciencia de la destrucción de las poblaciones originarias y la necesidad de “restituir” o devolver lo tomado. Los indígenas lo vivieron de otra manera: era “el mendigo” que deambulaba llevando el contagio por los pueblos alejados y la gente debía confinarse en sus casas para librarse de él. Esa dicotomía entre mentalidades cristianas y andinas alejaron las soluciones médicas que aún se encontraban en una etapa incipiente.

3. Fueron aprovechadas para la concentración de tierras. Los libros de la parroquia de Ccatcca nos permiten afirmar que la peste de 1720 tuvo efectos devastadores en las poblaciones indígenas, que recién comenzaron a liberarse en la segunda mitad del siglo XVIII. Por lo tanto, podríamos ratificar las conclusiones de Günther Völlmer, afirmando que recobraron su normalidad y comenzaron a recuperarse desde la segunda mitad del siglo XVIII. Este aumento poblacional, de acuerdo a las investigaciones de Magnus Mörner (1978)7, está acompañado de un probable proceso de concentración de tierras. Por ejemplo, en la región del Cusco encontramos 705 haciendas en 1689, las cuales se redujeron a 647 en 1786. Por supuesto, esta es una aproximación muy imprecisa que se podría interpretar de diversas maneras si no fuera porque otro indicador nos aclara esta ambigüedad: en 1786, el promedio de indígenas en el interior de las haciendas subió a 223.

4. Dificultaron la convivencia. El aumento de yanaconas en las haciendas nos puede indicar, sin lugar a dudas, que estas se habían extendido. En consecuencia, la población se recuperó de las pandemias y el sistema de haciendas se fortaleció porque estas se expandieron incorporando las tierras de las comunidades indígenas. Así, la nueva ecuación en la segunda mitad del siglo XVIII (abundancia de hombres y escasez de tierras) apareció como una realidad subyacente, casi invisible, pero muy peligrosa porque creó las condiciones estructurales de la rebeldía indígena contra el sistema colonial.

Estos dos ejemplos de epidemias, la de 1589 y la de 1720, nos permiten concluir que no recibieron ninguna atención del gobierno colonial. Además de ser percibidas como castigos divinos, aún no se habían creado las vacunas y recién había un protosistema de salud pública. Entonces, la enfermedad arrasó con las mayorías indígenas y alteró profundamente su vida, creando convivencias nuevas que reforzaron la existencia de las élites y de los beneficiarios del sistema colonial, pero no de las poblaciones que sufrieron estas catástrofes.


1 La crisis del siglo XVIII y las rebeliones indígenas. En Inkarri 2. Revista de San Marcos para el Perú. N° 2, abril de 1981, pp. 4-12.

2 Günther Vollmer, Bevolkerungspolitik und Bevolkerungsstrukturim Vizekonigreich Perú zu Ende der Kolonialzeit, 1741 – 1821. Bad. Homburg, 1967.

3 Noble David Cook, The Indian Population of Peru, 1570-1620, Tesis Ph. D, University of Texas, 1973.

4 Nathan Wachtel, La visión des vaincus. Les indiens du Pérou devant la conquete espagnole. Ed. Gallimard, Paris, 1971.

6 Diego de Esquivel y Navia, Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cuzco, Ed. Fundación

7 Augusto N. Wiese, Lima, 1980, 2 tomos. 7 Perfil de la sociedad rural del Cuzco a fines de la Colonia, Ed. U. del Pacífico, 1978.


Manuel Burga. Bachiller en Historia y licenciado en Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y doctor en Historia por la Universidad de París I- La Sorbona. Tiene un posdoctorado en antropología histórica e historia de las mentalidades por la École des hautes études en sciences sociales. Recibió el Premio Nacional de Historia CONCYTEC Jorge Basadre en 1989, ha publicado libros como Para qué aprender historia en el Perú (1993) y fue rector de la UNMSM entre el 2001 y el 2006. Desde el 2018 es director del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM).


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