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El indígena en el siglo XXI


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LAPATRIA
18/06/2020

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Rember Yahuarcani *

Es un jueves por la mañana y las voces atraviesan las paredes de madera:
– Sobrino, ¿has visto el clima?
– Sí, tío. Toda esta semana ha estado raro. Hay lluvias con sol.
Muchos truenos y rayos, parece que viene una gran tormenta pero no llega.
– ¡¡¡Jummm!!! El cielo está muy oscuro y los vientos son muy fuertes. Las madrugadas y las mañanas están muy frías.
– ¿Has escuchado el canto de los pájaros nocturnos?
– ¡Sí! Cantan a cualquier hora.
– Tío, ¿usted cree que ya llegó al pueblo?
– Sí, sobrino. Alguien lo ha traído.

Este es un fragmento de una conversación que escuché entre mi padre y su tío abuelo. Efectivamente, hacía como una semana el clima había cambiado rara y radicalmente, con lluvias interminables bajo un sol abrasador. Vientos que mecían a los aguajes, amenazándoles con arrancarles de raíz. Truenos y rayos en pleno mediodía sin ningún atisbo de alguna tormenta. Aquella conversación se quedó grabada en mi piel porque ese fin de semana el doctor del centro de salud confirmó los primeros casos de COVID-19. La noticia se transformó en miedo, tristeza e incertidumbre en la familia y en el pueblo. La pandemia había desembarcado y el clima lo había advertido, lo teníamos en las calles y los contagios subían exponencialmente. Al escribir este artículo, el mundo indígena enfrenta este virus desarmado, con sus fronteras cerradas y con cerca de una decena de muertos.

Por miles de años, los indígenas del continente americano hemos alzado los ojos al cielo en busca de guía y de respuestas. El viento ha llevado y traído noticias. La lluvia y la tierra nos han dado alimento en abundancia. La luna ha alumbrado las noches de grandes celebraciones y bailes, de rituales, de agradecimiento y de júbilo. Los médicos y curanderos han encontrado en el monte las medicinas y la cura para distintas enfermedades que nos han aquejado. El conocimiento indígena aún sigue sorprendiendo a la comunidad científica, que no logra entender de dónde la obtuvimos. El mundo indígena continúa siendo enigmático para el mundo occidental y para el mundo “occidentado”.

Dicen los abuelos que nosotros somos el fruto de la tierra. Que una noche muy oscura al primer hombre, llamado Monaduta, le fue entregada una cerbatana con su respectivo proyectil y sopló con tal energía que hizo una abertura desde el corazón de la tierra hasta la superficie. Por allí, los primeros humanos se arrastraron hasta llegar acá. En esos años el cielo y la tierra estaban tan cerca que Monaduta, a golpe de puño, separó la tierra del cielo y logró erguirse.

Dicen que los primeros humanos tenían cola y que la primera avispa, la más ancestral de todas y con sus cuchillas en las patas, la cortó al amanecer. Dicen también que aquellos que la avispa no pudo cortar se convirtieron en monos y que muchos otros quedaron atrapados hasta ahora en la profundidad de la tierra. También dicen que nuestros primeros ancestros no sabían hablar.

Uno de esos primeros días en la tierra se encontraron con la gran Anaconda y los humanos, sorprendidos, exclamaron ¡Nuio! ¡Nuio! He ahí la primera palabra sobre la tierra. Desde aquel momento y hasta hoy, los primeros uitotos de la Garza Blanca no necesitaron a la Real Academia de la Lengua Española para comunicarse. Ellos tenían la gran tarea de vencer al malvado dios Tucán, pues había corrompido el corazón de los seres vivos y gobernaba con gran ferocidad. Esos primeros humanos, bajo el liderazgo de Muinájega y Janánigi, vencieron el mal e instauraron el bien entre los seres vivos de aquellos remotos tiempos.

¿Qué es un indígena en estos tiempos? Es un ser humano con una gran tarea. Si usted no es indígena, le invitamos a ser indígena y a construir algo nuevo, un país más grande, fuerte, más digno, donde nos sintamos orgullosos de haber hecho algo para cambiar nuestro espacio y nuestro mundo

Dicen las abuelas del Clan de la Garza Blanca que Buiñaiño, diosa de todos los seres del agua, apareció de la nada sobre la gran Amazonía. Que ella misma se creó. Que ella misma se inventó. Dicen que las primeras mujeres no salieron de la costilla del varón, sino que en una noche oscura cayeron del universo sobre el agua, como el rocío. Algunas de ellas gustaron tanto de ese nuevo mundo que se quedaron hasta hoy allí, pero otras se desplazaron hasta la tierra recién formada y tomaron formas de árboles, lianas, aves, hojas, flores, insectos. Dicen también que ellas son más fuertes que el varón, que tienen el poder de mantener la descendencia y hablar con el agua para no sentir dolor en el momento del nacimiento de un nuevo ser. Dicen que las primeras mujeres que cayeron sobre el agua transformaron al bebe en agua y que, ya transformado, nada lo pudo detener para salir a este mundo y llegar sin complicaciones. Porque el agua es el elemento que nada ni nadie puede detener; es como el tiempo, roe cualquier otro elemento de la naturaleza.

Dicen que en aquellas épocas, cuando la tierra estaba joven, los dioses habitaban la selva  enseñándonos a cazar, a curar, a hablar y a criar a sus hijos. En esos dorados tiempos, los uitotos privilegiados recibieron la sabiduría de sus dioses.

Dicen que el gallo, la gallina, el machete, el perro, el espejo y el alcohol fueron los primeros instrumentos de dominación. Después vendrían la cruz y la Constitución peruana. Aquellos primeros años del siglo 20 aparecieron los famosos barones del caucho con una determinante misión: obtener millonarias ganancias a cualquier precio. Eso, como ya todos nos vamos enterando, tuvo un costo de más de 40 mil vidas humanas. Es el genocidio más grande sucedido en el Perú después de la sangrienta conquista española. Con mucha razón, mi abuela Martha López los llamaba: “los perturbadores de nuestra paz”.

¿Qué es un indígena en estos tiempos?

Es una persona que conoce su pasado, lo respira, lo vive, lo disfruta, se siente orgullosa de él y lo comparte. Que tiene una misión y una responsabilidad con sus ancestros. Que lucha y busca mejorar las condiciones de vida de su comunidad. Que guarda sus mitos, historias, leyendas y cantos como un diamante invaluable. Que se entristece y lucha para que su pueblo no esté al borde de la extinción. Que respeta, protege y escucha a sus ancianos. Que clama un lugar en la historia del país. Que tiene ilusiones. Que cree que el país cambiará para bien, que al fin tendrán un gobierno que realmente los incluya. Que protesta cuando sus conocimientos son apropiados y manipulados por agentes externos. Que no se avergüenza ni reniega de su pasado. Que protege su espacio natural. Es un ser humano con una gran tarea.

Pero muchas de estas tareas y responsabilidades no pueden ser asumidas solo por la sociedad indígena. No en estos tiempos. Si queremos que el mundo indígena sobreviva a los embates del mundo contemporáneo, todos debemos hacer de esa lucha, nuestra su lucha; y de su resistencia, nuestra resistencia. Empezando por los que están vinculados al mundo amazónico: investigadores, curadores, artistas, periodistas, diseñadores, médicos, los que se “inspiran” y hacen “homenajes”; también los que se apropian de sus conocimientos. ¡Todos!

Señores: si ustedes no son indígenas, les invitamos a ser indígenas y a construir algo nuevo, un país más grande, fuerte, más digno, donde nos sintamos orgullosos de haber hecho algo para cambiar nuestro espacio y nuestro mundo.


(*) Rember Yahuarcani. Artista plástico autodidacta y activista por los  derechos indígenas. Descendiente de la nación Uitoto, del Clan de la Garza Blanca. Desde el 2003 expone individual y colectivamente en el Perú y en el extranjero. Ganador del IX Concurso Nacional de Pintura del BCRP, del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil Carlota Carvallo y de la II Bienal Intercontinental de Arte Indígena.


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