La clase política, hoy
Guillermo Vásquez Cuentas
24/10/2019
Los analistas de la actualidad peruana coinciden en lo inédito y al mismo tiempo crucial de los hechos y fenómenos que prevalecen con inusitada velocidad en la lucha por el poder político del Estado y en su ejercicio y administración a cargo de las instituciones oficiales, en la presente histórica coyuntura. Veamos.
El paulatino develamiento de la espantosa corrupción que había estado creciendo desde hace varias décadas en las entrañas del poder real al amparo del secretismo y de una pretendida impunidad, corre parejo con la no menos grave problemática económico-social que el país confronta.
Prisión preventiva, fuga al exterior, pase a la clandestinidad y hasta suicidio, combinados con extracción masiva de nuestros recursos naturales, contaminación de cuerpos de agua esencial para la vida humana, escandalosa precariedad en salud y educación, altos sueldos de una burocracia dorada socialmente insensible, bajos ingresos de las mayorías poblacionales, delincuencia cada vez más feroz y extendida, política internacional digitada desde la potencia dominante, son, todos, titulares frecuentes en aquellos medios de comunicación comprometidos en diverso grado con las masas de ciudadanos de a pie.
Ambas situaciones problemáticas, la política y la social, serán determinantes para la configuración de la nueva realidad peruana que debe emerger en el país en los próximos años, con la renovación de líderes y dirigentes nuevos y comprometidos con las mayorías nacionales, pero sobre todo con la nuevas reglas de una nueva carta política nacional, exigida a gritos la situación constituyente que vivimos, para reemplazar los estatutos abortados en octubre de 1993 para imponer el neoliberalismo salvaje a rajatabla.
El momento histórico se presenta excepcional por la cantidad y diversidad de hechos y fenómenos, frente a los cuales nuestros estadistas, las autoridades gobernantes y los políticos no podridos que todavía detentan parcelas del poder y especialmente los que buscan acceder a ellas (léase candidatos a cargos públicos no incursos en imputaciones de corrupción), deben agudizar su lucidez para no perderse en la enmarañada urdimbre de acontecimientos; pero sobre todo, dejando confrontaciones momentáneas entre compadres llamados Ejecutivo y Congreso, deben tomar posiciones claras de cara al pueblo, sobre sus necesidades y aspiraciones de fondo, de importancia decisiva, cada vez más exigidas orientadas a refundar la república.
Los conspicuos integrantes de nuestra clase política decadente, deben darse cuenta de que ningún peruano -salvo que esté comprometido- puede dar las espaldas al proceso justiciero que llevan a cabo el Poder Judicial y la Fiscalía de la Nación y de que en el futuro inmediato y mediato ese proceso solo deberá detenerse cuando la salud moral de la nación se halle totalmente restablecida, es decir cuando la ética política repose sobre el rechazo total y completo de la falsa creencia en la impunidad, de esa que en años pasados y hasta hace poco socapó tantos crímenes contra los derechos humanos, contra los intereses nacionales, contra el Estado y contra la sociedad.
Las distintas formas de inconducta corrupta y ventajista que infortunadamente pretenden afirmarse en las estructuras nacionales por obra de los políticos de todo pelaje, tienden a contaminar el quehacer político administrativo no solo dentro de las ramificaciones de los gobiernos, sino también dentro de las instituciones sociales privadas de todo tipo, sean empresariales, gremiales, representativas, asociativas, comunales; y de ese efecto de imitación contaminante hay abundantes pruebas a lo largo y ancho del territorio nacional.
Creemos firmemente que La lucha contra la corrupción no debe darse solo en las alturas y vericuetos del poder político de Estado, sino que debe darse también con fuerza en el seno de las organizaciones sociales de derecho privado y de variada índole que existen en la sociedad peruana.
La clase política dominante, si quiere durar, tendría que ser efectiva actora y agente promotora del bienestar general mediante la atención a las aspiraciones populares mayoritarias, que esperan la plasmación de históricas reivindicaciones económicas, sociales, étnicas y culturales, nacidas desde la misma invasión europea hace cerca de 500 años y combatidas sin tregua por el dominio civilista, prácticamente hasta nuestros días.
En ese marco histórico, los políticos nacionales y locales deben tener en debida cuenta, además, que el Perú, Puno y otras regiones, han cambiado en cuanto a las fuentes poblacionales más influyentes, es decir, de aquellos sectores de donde surgen con mayor efectividad las voluntades para constituir el poder legítimo mediante el voto democrático.
En uno y otro comienzan a imponerse los “hombres color de la tierra” portadores de una rica cultura surgida y construida autónomamente desde milenios, que pese a la imposición de mistificaciones, deformaciones y persecuciones, persiste en sus líneas fundamentales a través de los siglos.
Los políticos que no participan de los propósitos generalizados de cambio social integral y participativo, se adscriben al mundo de lo que les sigue pareciendo, pero que comenzó a dejar de ser como ellos quisieran que sea, hace buen tiempo.
Es hora de apurar los imprescindibles cambios.