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Baile de diablos: enfoques y contexto


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Guillermo Vásquez Cuentas
03/02/2018

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La gnoseología o teoría del conocimiento, capítulo importante de la filosofía, nos dice sobre la forma cómo los humanos llegamos a conocer la realidad en que vivimos o alguna parte circunscrita de esa realidad. Nos dice que el acto de conocer supone la existencia de una relación entre dos partes: El sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento. El producto de esa interrelación es el conocimiento obtenido.

La realidad, es decir todo cuanto tiene existencia, es objeto de estudio. Sus partes constitutivas y las relaciones que hay entre ellas, pueden ser también objetos de conocimiento. Los hechos y fenómenos que se da en la realidad, en un espacio y tiempo determinados, que participan de un mismo carácter o naturaleza, son asimismo “objetos de estudio”.

Para conocer cualquier aspecto amplio o pequeño de la realidad global, el “Sujeto cognoscente” debe estar premunido de un método y dentro de éste, tiene o debe tener una forma de “ver” el objeto, es decir un enfoque, una óptica, un lente, una perspectiva, en suma, un punto de vista.

No todos los sujetos “ven” en la misma forma un mismo objeto que se busca conocer, es decir no hay dos personas que tenga el mismo enfoque. Alguien dijo: “En esta vida, nada es verdad nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira”. Es decir no todos tienen el mismo enfoque. Hay muchos factores que explican las diferencias entre puntos de vista, las causas sociales, económicas y políticas que han formado al sujeto cognoscente, al investigador, al estudioso. Es decir, el conocimiento está socialmente condicionado.

Muchos sostienen que en el acto de conocer no hay objetividad absoluta, es decir no se puede captar, aprehender, solo lo que aparentemente muestra el objeto, sino que el sujeto es portador de una concepción del mundo, de un sistema de valores, de sus propios deseos y aspiraciones, de sus experiencias, etc., todo lo que hace que tenga una visión particular del objeto que puede ser compartida por unos o calificada como deformada o equivoca, por otros.

DIABLOS BAILARINES EN EL ALTIPLANO COMO REDUCCIÓN DE UN OBJETO DE CONOCIMIENTO

El “altiplano peruano-boliviano”, como objeto de estudio en sentido amplio, en tanto totalidad, es susceptible de ser descompuesta para fines de análisis y estudio más precisos, en sus aspectos más generales y estos a su vez en aspectos cada vez más concretos hasta llegar al preciso objeto que se quiere conocer, por efecto de la reducción sucesiva.

Así, yendo de lo general a lo particular, dentro de la “Realidad Altiplánica” como concepto altamente generalizador, ubicamos como uno de sus aspectos o elementos componentes a la “Realidad Cultural Altiplánica”; y entre los múltiples aspectos que ella presenta, al “Arte Popular Altiplánico”; dentro de este –siempre decalando en especificidad- al “arte popular coreográfico (unión de la música y la danza) Altiplánico” y dentro de él a su vez, finalmente, a la “Danza de la Diablada Altiplánica”, objeto de estudio al que pasamos a referiremos más extensamente.

ENFOQUES PARCIALES Y EQUÍVOCOS

Muchos, no todos, quienes han tenido como objeto de estudio a “La Diablada” y muchas expresiones coreográficas populares del Altiplano, han incurrido e incurren en las deformaciones producidas por el uso de enfoques errados; entre ellos la combinación de los enfoques politicista y presentista.

El enfoque politicista. En un trabajo anterior señalábamos que se ha dicho y se dice mucho de “influencia boliviana”, “bolivianismo” o “bolivianización” o cualquier otro término con similares connotaciones en la práctica del arte popular coreográfico de Puno. “El uso de esos términos –decíamos-, hace evidente una diferenciación entre dos tipos de personas: Unas, identificadas como “bolivianas”, que de acuerdo a las críticas en mención, conformarían la parte influyente en cuanto logra que sus valores, usos, costumbres y comportamientos sean imitados por otra clase de personas, precisamente los “peruanos” o propiamente “los puneños y sus seguidores” que vendrían a construir la parte de los influidos o influenciados, los imitadores, los que “compran” aquellos valores y comportamientos”.

Esa diferenciación es el resultado de enfocar el asunto desde una perspectiva casi exclusivamente de corte político-jurídico. En efecto, es fácil distinguir la existencia cercana de dos sociedades organizadas política y jurídicamente en dos Estados soberanos e independientes (con la relatividad propia de estos conceptos caracterizadores), cada uno de los cuales tiene sus propios ciudadanos o súbditos: La República Plurinacional de Bolivia, tiene a los bolivianos y la República del Perú, a los peruanos, para el caso que nos ocupa, peruanos puneños. Si estos imitan sistemáticamente a los primeros en sus usos, sus costumbres, su música, sus danzas, etc., entonces podría hablarse correctamente de un fenómeno de “bolivianización” o de imitación de boliviano.

Pero “ocurre que el enfoque político-jurídico es por sí solo insuficiente para captar, aprehender las complejidades de la realidad social. Podríamos decir incluso que el menos adecuado, puesto que repara sólo en las relaciones de poder o “relaciones políticas” que se dan entre los individuos y grupos, dejando de lado la amplia gama de relaciones de diverso carácter, que los acercan o los alejan, como las relaciones étnicas, lingüísticas, histórico-culturales, etc..”

Por ello, si es absolutamente necesario hacer diferenciaciones, debe partirse bajo consideraciones etnológicas o antropológicas, de relaciones más estables y más arraigadas en el tiempo, como son las múltiples relaciones sociales.

El enfoque coyunturalista o presentista. Quienes critican eso que llaman “bolivianización”, emplean concurrentemente el enfoque político-jurídico, y el presentista, puesto que su percepción y apreciación es sincrónica (un solo tiempo: el presente) “desde que sus conclusiones visan sólo los que acontece hoy, ahora, en la actualidad. Pecan de presentismo, de coyunturalismo; sólo advierten lo que está ocurriendo “ahora”, constatan efectos y consecuencias “actuales” sin abordar las causas que generaron los hechos y fenómenos presentes; no buscan esas causas donde deben buscarse: en sus antecedentes históricos, dado que no es posible explicar el presente sin conocer el pasado.

En suma: Si lo que se quiere es comprender cabalmente las múltiples formas bajo las cuales unos (“bolivianos”) y otros (“peruanos puneños”) comparten valores y conductas más comunes y extendidas, sobre todo en lo que toca a la música y la danza, entonces debe recurrirse a enfoques pluridisciplinarios y diacrónicos (Varios tiempos: pasado, presente, futuro).

CONTEXTO HISTÓRICO

Partimos de la afirmación, generalmente aceptada, que la diablada como muchas otras danzas altiplánicas tradicionales, surgió en el amplio ámbito de la nación aimara.

La nación aimara, que subsiste hasta nuestros días, ocupó desde tiempos remotos toda la Meseta del Collao y regiones aledañas. La constelación de “señoríos aimaras” dominó ese espacio desde cerca al Cusco como los Canas, Canchis, como los Collaguas (en la actual región Arequipa) y Callahuayas (en la actual Carabaya). En la misma meseta estaban los Collas, Los Lupaccas, Los Omasuyos, los Pacajjes, Soras Charcas y varios más hasta los Chichas y los Lipes en el extremo sur de la meseta ya en actual territorio argentino.

Desde esos lejanos tiempos se fue gestando la cultura aimara. Durante gran parte de la existencia del imperio incaico, los aimaras o otras etnias menores conformaron el Collasuyo, una de las cuatro partes en que estaba dividido el espacio territorial del Tahuantinsuyo.

Después de la invasión española se creó el extenso virreinato del Perú. Fue creado por el rey Carlos I, por medio de la Real cédula de 20 de noviembre de 1542 y el Corregimiento de La Paz -al que Puno pertenecía- fue creado en 1548 por el virrey Pedro de La Gasca.

En 1559 se crea la Audiencia de Charcas, integrante del Virreinato del Perú. A esta Audiencia se incorporan las provincias -llamadas por entonces “partidos”- de Chucuito y Paucarcolla de predominante habla aymara (en cuya extensión total se incluiría hoy a las actuales provincias de Puno, El Collao, Chucuito, Yunguyo, San Román, Huancané y Moho). A esa misma Audiencia se incorporaron también los “partidos” de Lampa, Carabaya y Azángaro de habla quechua. Así, los aymaras permanecieron unidos compartiendo sus valores culturales por más de dos siglos de colonia.

Por Real Cédula de 8 de agosto de 1776, se crea el Virreinato de Buenos Aires. La Audiencia de Charcas pasa a formar parte de este nuevo virreinato y con ellas las cinco provincias de Puno. Este cambio no afectó a la unidad de la Nación Aymara que se mantiene indivisa.

Por Real Cédula de 28 de enero de 1782 se crean las Intendencias, entre ellas la de Puno, que con sus cinco provincias se mantiene en la Audiencia de Charcas y por tanto en el Virreinato de Buenos Aires. Aquí tampoco queda afectada la unidad de la Nación Aymara, que continúa compartiendo e intercambiando sus valores culturales, entre ellos -repitámoslo una vez más- sus danzas, sus alegorías, su música, habida cuenta de la naturales variantes locales.

En 1789 se crea la Audiencia del Cusco, y las provincias de Carabaya, Lampa y Azángaro del habla quechua, integrando la Intendencia de Puno, pasan a formar parte de esa nueva Audiencia del Cusco y por tanto el Virreinato del Perú. En cambio las provincias aymaras de Paucarcolla y Chucuito permanecen en el Virreinato de Buenos Aires, pues se integran a la Intendencia de Nuestra Señora de la Paz, de la Audiencia de Charcas. En esta oportunidad, fue realmente sabia la decisión de respetar la unidad física y humana de la Nación Aymara.

Con la Real Cédula de 1 de febrero de 1796, solo veinticinco años antes de jurarse la independencia del Perú, se perpetra la escisión. Las provincias aymaras de Chucuito y Paucarcolla son separadas del virreinato del Río de La Plata e incorporadas a la Intendencia de Puno integrante de la Audiencia de Cusco. Con esto, la Nación Aymara resulta políticamente dividida, pese a que el 13 de julio de 1810, el virrey del Perú en medio de las luchas por la independencia americana, proclamó la reincorporación provisional del territorio de la Real Audiencia de Charcas al Virreinato del Perú, hasta el final de la guerra independencista.

El advenimiento de la Repúblicas del Perú y Bolivia en 1821 y 1825, respectivamente no hace sino confirmar esa división.

EPÍLOGO

Casi doscientos y pico de años de vida independiente de Bolivia y Perú frente a siglos de existencia de la nación aimara no son suficientes, nunca podrán ser suficientes como para que los objetos y valores culturales cambien radicalmente de una parte de la nación aimara a otra parte de la misma.

Ese larguísimo tiempo de muchos siglos es más que suficiente para consolidar perdurablemente todos los nexos y vínculos que los unen y conservar usos y costumbres, danzas, música, comida, vestido, valores, cosmovisión.

Es claro que en cada parte (la parte boliviana, la parte peruana, la parte chilena de la nación aimara) esos objetos y valores fueron introduciendo modificaciones en la práctica, en este caso de las manifestaciones coreográficas populares que han adquirido el carácter de tradicionales.

Por ejemplo, en la diablada, en la parte boliviana se adoptó un ritmo semi-marcial como resultado de la adaptación de la tarantela italiana que hizo un músico de este país contratado por el gobierno boliviano para mejorar las banda de su ejército ; se varió el “marco Musical de la danza con la introducción masiva los instrumentos musicales aerófonos de bronce, que por su gran sonoridad impactan en el oído de danzarines y público; se introdujo los trajes bordados de pedrería que dieron gran vistosidad al conjunto de danzarines, entre otras práctica de innovación.

En otra parte, la de Puno, Perú, se mantuvo el ritmo cadencioso al son del huayño sikuri, lo cual se defiende con verdadera pasión por algunas instituciones citadinas (“mañazos”, juventud obrera, entre otros) y provincianas (por ejemplo Claveles Rojos, Melodias de Ilave, Camilacas, etc.). Pero ocurrió que la diablada de la parte aimara de Bolivia, por su fuerza y espectacularidad terminó siendo reproducida en la parte peruana, lo cual es un fenómeno natural, normal diríamos dentro de los lindes de una misma nación, saltando por encima el hecho de que esa nación (la aimara) esté partida espacialmente al ocupar hasta ahora áreas territoriales de tres Estados diferentes: Bolivia, Chile y Perú.

El reclamo de algunos bolivianos, dizque estudiosos y algunos funcionarios estatales, de ser Bolivia el lugar de nacimiento original de la diablada, es finalmente el resultado de esos enfoques politicista y presentista, de diferenciar bolivianos y peruanos es decir súbditos de dos Estados u organizaciones político-jurídicas de sus sociedades, sin tener en la debida cuenta que unos y otros son iguales en el sentido de pertenecer a una sola nación: la nación aimara .

Y ese reclamo es también anti-histórico, porque supone la negativa o el soslayo en el mejor de los casos, de que la actual Bolivia fue el Alto Perú, o sea parte nuestra, con culturas unívocas.

Abona a ello el desconocimiento de la trayectoria histórica de la nación aymara, en cuyo seno, no importa la localidad, se gestó una cultura, un arte popular, una coreografía popular, una danza popular como la diablada.

El origen de la diablada es pues, aimara, desde muchísimo antes de que aparecieran Perú y Bolivia como Estados republicanos.

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[i] Américo Valencia se ha referido con precisión a esa adopción. Por lo demás hace poco años organizaciones folclóricas paceñas hicieron en un teatro de la capital boliviana la “prueba” de que la tarantela informaba musicalmente a los danzantes diablos. La prueba salió rotundamente confirmatoria.
[ii] El Equipo de la difundida boliviana Pukara, fijó su posición en este debate señalando certeramente que: «La diablada» no es boliviana, peruano o chilena. «La diablada» es aymara, nación que ahora está dividida entre los estados coloniales del Perú, Chile y Bolivia. La posesión de «La diablada» es disputada por los estados coloniales, como los buitres se despojan los restos de lo que creen cadáver. Pero la nación aymara no es cadáver, está viva y su lucha descolonizadora contemporánea recién empieza.

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